Desde los confines de la intimidad, surge lo notorio de
cada persona que se anima a contar sus visiones del pequeño mundo que la
circunda.
Eugenia Courtade dice: “Me avergüenza esta prosa pedestre
que se estanca o fluye en largos
soliloquios de temas cotidianos o diálogos remanidos.” Ese es uno de los
riesgos al publicar un diario personal, porque el momento de seleccionar lo
mejor de lo anotado, es como estar en un jardín lleno de yuyos que repiten sus
similitudes; superada esa etapa, queda lo ostensible específico sobre los
fondos cotidianos de una existencia.
La solitaria Courtade hace observaciones puntuales de
cosas que muchos ven y nadie dice, de modo directo, honesto y cruel. Ella,
cuando adolescente, no se diferenciaba mucho de sus propios alumnos de hoy, por
lo que en clases se fastidia ante sí misma. Varias de sus conclusiones
advierten una elección de vida sobria, eso le ha permitido viajes rústicos a
Uruguay y a Europa, construirse una casa y empezar una segunda en las sierras a
la par que crece su enojo o cinismo ante los ruidos en general, la basura
desperdigada o las derivaciones patéticas en adultos cincuentones que de
jóvenes quisieron ser artistas. En “Caminata a velocidad crucero”, la autora no
parece ser una hipócrita comedida.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario